Aún no podía creer que hubiera conseguido reunir el dinero para aquel viaje, de hecho, con dos trabajos y terminando la carrera donde mayormente se iban sus gastos, lo asombroso era que hubiese reunido el tiempo para poder ir.
Noelia revisó los mensajes del móvil, comprobando que Daniel y Raquel ya habían llegado a Ámsterdam, la escala donde habían quedado en reunirse para viajar todos a Corea del sur durante veintiséis días. Ángel, Idoia y Elena llevaban horas muy silenciosos en el whatsaap desde que habían escrito un mensaje en el chat grupal de que entraban a sus respectivos aviones.
—Llámame cuando llegues —pidió su madre dándole un rápido abrazo antes de dejarla moverse, caminando torpemente con el billete en la mano y la mochila en la espalda hacia la puerta de embarque.
Se giró solo un instante más, despidiéndose con una mano y esperó a ver que su madre le devolvía el saludo antes de entregar el billete y desaparecer dentro.
No había sido una decisión fácil. Su madre había estado trabajando muy duro desde la muerte de su padre cuando ella era un bebé y al final tener que pedirle algo de dinero para que le alcanzara para el billete aportando la mayor parte de sus ahorros no había ayudado a que nadie de su familia aceptara esa locura, alegando que si quería hacer un viaje, bien podía ir unos días a Jalisco y no pedir dinero a su madre. Al final había logrado convencer a su madre y tras tanto tiempo necesitando un descanso había decidido desconectar de todo y disfrutar de aquello, incluso de los nervios de viajar a un lugar donde lo único que conocía del idioma era lo que había aprendido de los doramas y con unos amigos que solo conocía de una aplicación de lectura con los que tras un tiempo hablando había terminado creando un chat grupal.
No recordaba de quien había sido la idea. Posiblemente de Elena, la entusiasta del grupo y posiblemente enamorada de todo lo que tuviera que ver con Corea, especialmente de su único e irreemplazable —según sus palabras textuales en un audio que aún conservaba— Jimin. Ya no importaba como habían terminado eligiendo ese destino, descartando otras ciudades igual de interesantes de Japón, Inglaterra, India o Irlanda, ni siquiera como habían terminado convirtiendo una broma estúpida con la que pasar el tiempo en algo tan real pero nada de eso importaba ahora.
Mandó el último mensaje y apagó el móvil. No odiaba volar pero únicamente lo había hecho una única vez más en sus veintiséis años de vida y de la misma manera también había viajado sola. De México a Ámsterdam había más de ocho horas de vuelo tomando el billete más barato y con una escala. Cuando finalmente llegó al aeropuerto de Ámsterdam fue fácil reconocer a su grupo de amigos que parecían haberse aburrido bastante creando carteles con su nombre perfectamente coloreados y bien llamativos.
Noelia puso los ojos en blanco, acercándose a ellos y permitiendo que Elena la abrazara brevemente, incluso reconoció a Ángel, al lado de todos ellos pero manteniendo esa distancia como si prefiriera que no le relacionaran con gente tan ruidosa, posiblemente las personas que más estaban llamando la atención en ese momento.
Las presentaciones fueron más relajadas de lo esperado y, como por whatsaap, Noelia sintió esa especial conexión con Elena, con quien llevaba años hablando pese a que les separaba casi diez mil kilómetros de distancia.
—Tenemos que esperar ocho horas —anunció Ángel que había ido a conseguir algo de comida de una de las máquinas expendedoras que había repartidas por el aeropuerto y se dejaba caer despreocupadamente en el asiento que habían ocupado una vez consiguieron que todos se movieran con el equipaje—. Tenemos que facturar el equipaje y no dejan de comentar por ahí que los vuelos están saliendo con retraso a sí que mejor nos vamos poniendo cómodos que vamos a estar aquí parados un buen rato.
Durante esas horas, Noelia aprovechó a llamar a su madre, mandarse mensajes con los amigos que había dejado en Monterrey y responder a varias amigas que habían estado ocupadas haciendo una larga lista de cosas con las que quería que regresara en la maleta de regalo y varias de ellas no muy racionales. Puso los ojos en blanco y miró a Elena con una sonrisa, quien seguramente estaría de acuerdo con ellas, segura de que si tenía la ocasión podría meterse a Jimin en la maleta para regresar a Barcelona con él.
—¿Qué? —preguntó Elena desconfiada echando un vistazo hacia su espalda por si acaso no era a ella a quien miraba.
—Nada —dijo Noelia—. Es una pena que al final no consiguiéramos las entradas para el concierto, ¿verdad?
Elena puso expresión de aflicción.
—¡No me lo recuerdes! —lloriqueó.
No había mucho que hacer durante las nueves horas y veintitrés minutos que los tuvieron retenidos en el aeropuerto, poniéndose al día, disfrutando de conversaciones sin sentido mientras picoteaban bolsas de patatas fritas, algún bocadillo que consiguieron en la cafetería y engullían más de una coca cola. Solo Ángel se sentó la mayor parte del tiempo al margen del grupo, con la espalda recostada en el respaldo del incomodo asiento y hablando solo cuando alguien se molestaba en dirigirle la palabra.
—¿Quién demonios le invitó? —se interesó Daniel sin ser realmente grosero pero ganándose un golpe de parte de Idoia, la más veterana del grupo con sus treinta y cuatro años—. ¿Qué?
—Córtate un poco, ¿quieres?
Daniel puso los ojos en blanco.
—Lo digo porque nunca participa en el chat grupal y parece que no les agrada estar con nosotros —se defendió Daniel a la defensiva.
—Vamos a pasarlo bien —pidió Raquel lanzando también una significativa mirada a su amigo.
—¿Ahora es mi culpa?
Daniel pareció agobiado de pronto y se echó hacia atrás, golpeando la columna contra el banco sin levantarse del suelo donde la mayoría había terminado después de varias horas.
—Esto va a ponerse tenso si no salimos de aquí —aseguró Elena y, aunque Noelia opinaba lo mismo, agradeció que minutos después los llamaran para embarcar, mirando como Ángel era el primero en levantarse, ajustándose en el hombro la mochila y caminaba hacia la que Noelia no dudaba fuera la dirección correcta que debían tomar.
Ninguno dijo nada sobre ello, ni siquiera Daniel, que miró la espalda de Ángel sacudiendo la cabeza antes de seguirlo junto al resto.
Noelia se entretuvo unos instantes observándolos a todos. Ángel era el más alto del grupo posiblemente rozando el metro ochenta. Tenía el pelo muy oscuro y corto y un piercing en el labio inferior. Sus ojos de un color castaño claro parecían de una tonalidad miel. Tenía buena complexión. No era gordo pero tampoco delgado, más bien el cuerpo de alguien que dedica tiempo a ejercitarlo sin pasarse y sin duda mucho más viril que Daniel que decididamente si alguien de los presentes se llevaba el premio al fideo, era él. Daniel no tenía carne aunque tampoco estaba esquelético. Era alguien que comiese lo que comiese no engordaría. De pelo castaño caía muy liso por el cuello y un lado de la cara sin llegar a ocultarle los ojos de un tono tostado.
Elena era la más alta de las chicas, posiblemente de un metro setenta y algo, muy parecida a Daniel. De pelo largo y castaño muy claro con reflejos dorados. Sus ojos de un azul oscuro realzaba una piel clara de rasgos aniñados, posiblemente siendo considerada una belleza para muchos. Raquel, muy a diferencia de Elena, era una chica de diecisiete años, la más joven del grupo seguida de Daniel con dieciocho, a unas semanas de cumplir los diecinueve. Era, a diferencia de Elena, escultural. Morena, de pelo larguísimo y lacio caía por su espalda alcanzando su cintura. Puede que no fuera tan alta pero con un buen metabolismo había sido bendecida con bastante pecho y trasero pero delgada en cadera y muslos, era, tal vez, la típica chica que conseguía que cualquier chico se girara para mirarla dos veces.
Idoia era la más enigmática de todos ellos, incluso más que Ángel pese a su comportamiento arisco manteniéndose siempre al margen. Idoia era de Burgos y tenía treinta y cuatro años pero tras eso había muy poco de ella que alguno supiera. Era alguien que sabía escuchar, hablaba pacientemente y siempre estaba ahí para dar un buen consejo aunque no fuera lo que deseara escuchar.. Nunca hablaba de si misma y generalmente esquivaba las preguntas desviando la conversación a algo que los demás preferían hablar. Era un poco más baja que Elena, tal vez rondando el metro setenta y, como Elena, bastante delgada pero sin lugar a dudas una mujer real en el mundo real. Su cuerpo no era perfecto y ella misma reconocía entre risas que su mayor problema era la celulitis y la dichosa grasa que tendía a acumularse alrededor de las caderas y los muslos en vez de agruparse en lugares mucho más interesantes. Pese a todos esos detalles que ella se burlaba de sí misma, era muy guapa con un cabello por encima de los hombros teñido de un favorecedor rubio cobrizo y uno de esos rostros que la mayoría desea tener; uno que difícilmente se podía adivinar su verdadera edad, siendo una sorpresa cuando admitió su edad sin llegar a encajar tampoco con su personalidad alegre.
Y ella... bueno, Noelia miró con desgana su figura en los cristales del aeropuerto mientras veía como los demás iban levantándose con pereza pero animados tras la llamada a los pasajeros de su vuelo. Ella era sin duda el mejor ejemplo de una chica real. Ya ni recordaba cuantos años había estado empezando dietas aunque la mayoría de las veces se olvidaba de ellas cada sábado a la noche aún así conseguía mantener a raya su peso pero nunca consiguiendo una figura de infarto y mucho menos soñando con entrar alguna vez a meterse en unos pantalones de la talla pequeña. Puso los ojos en blanco apartando la mirada. Tampoco necesitaba ganar ningún concurso de belleza y no era como si tampoco necesitara rivalizar en hermosura con nadie bastante conforme con la imagen que le devolvía el espejo cada mañana con el pelo largo y rubio dejando que mechas azules cayeran por su espalda y podía ser que sus ojos tuvieran un tono marrón corriente pero le gustaba su mirada y no la hubiera cambiado por ninguna otra no importaba el color que ésta tuviera. Además, lo mirase como lo mirase, todos los allí presentes estaban igual de solteros que ella y, aunque Raquel aseguraba que tenía novio, su relación con un chico de su mismo barrio, era si no extraña, bastante atípica.
—Noelia, vamos, que Ángel ya ha desparecido —Elena la agarró del brazo y tiró de ella haciéndola correr por el suelo brillante del aeropuerto.
—Ya es mayor —dijo Daniel irritado—. No es como si fuera a perderse.
—Guarda el mal humor para cuando volvamos de Corea —le sugirió Raquel sin dejar de correr y encabezando la marcha a punto de tropezar con otros pasajeros y se detuvo un segundo para disculparse.
—Tonta —rió Daniel pasando por su lado y consiguiendo que su amiga tratara de golpearlo otra vez.
Aún así, cuando llegaron, Ángel ya había embarcado y Daniel no dudó en insultarlo, ganándose varios golpes más de parte de Raquel y Elena consiguiendo ponerle aún de peor humor, algo que no mejoró al descubrir que su asiento estaba al lado del de Ángel sin que nadie estuviera dispuesto a cambiarse de lugar.
—Ya estamos aquí —murmuró Noelia mirando a Elena que sonrió tan ampliamente que parecía estar a punto de empezar a brillar.
—Y en unas horas en Corea —dijo animada abrochándose el cinturón.
CAPITULO PRIMERO
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